27 octubre 2009

Sueño de invierno

¿Dónde estoy?

Miré a mí alrededor. Un pasillo, con una curva constante a la derecha. El suelo y las paredes estaban construidas con placas de acero, tan brillantes que azuleaban, y parecía haber luz, en todos lados, blanca y brillante, como si todas las motas de polvo hubiesen encendido una linterna.

¿Qué hago aquí?

¿Dónde estoy?

Comencé a avanzar deprisa por el pasillo, algo estaba mal, no encajaba, tenía que encontrar algo ¿Qué era? El lugar era equivocado, no debía de estar allí, tenía que estar en otro lado, ¿Dónde?

Unos hombres vestidos con uniformes grises colocaban bloques del mismo acero brillante en el suelo, el golpe de sus martillos sobre el metal parecía fundirse con el silencio que lo envolvía todo, como si éste hubiera decidido que eran bienvenidos. Solo el sonido de mis pasos sobre el suelo estaba fuera de lugar, desgarrando al silencio casi dolorosamente. Los hombres no voltearon. Yo pase de largo.

Papa, Mama, Hermano

Eso era, tenía que estar con ellos, ¿Dónde estaban?

Tengo que salir de aquí

Continué caminando, no sé por cuanto tiempo, parecía haber pasado una eternidad aunque igual pudieron haber sido tan solo unos segundos. De pronto alguien caminaba a mi lado, una mujer, menos alta que yo. Vestía de blanco, con el cabello largo y suelto. La conocía, me ayudaría a buscar.

Llegamos juntas a una caseta, perfectamente armada y limpia, con el mismo brillo metálico que todo lo que había en el pasillo, también había algo fuera de lugar con ella. Una niña de unos diez años, con el cabello negro amarrado en infantiles coletas coloreaba un libro apoyada sobre un banco, dentro de la caseta. Iba vestida con un overol verde. Nos dijo “Ayúdenme a salvar este lugar, por favor”. Le respondimos algo, sin poner realmente atención

Entonces llego una señora gorda, con un mandil de rayas azules y una redecilla para el cabello. Nos habló de una señora que había visto en la entrada, cerca, solo unos metros continuando por el pasillo. La mujer de blanco volteó la cabeza hacia mí.

¿Podrá ser?

Pero ya sabía quién era, de alguna manera, tenia absoluta certeza.

Mama

Corrimos al final del pasillo. Terminaba en una calle, limpia, excepto por las hojas secas que permanecían estáticas en el suelo, perdiendo cada segundo la esperanza de que alguna ráfaga de viento se las llevara volando. Algunos carros estaban estacionados a ambos lados de la banqueta, impecablemente alineados, pero por lo demás estaba vacío. El cielo emitía ese extraño color gris que se obtiene cuando las nubes deciden bloquear por completo al sol. Justo al lado de la salida del pasillo había un escaparate. Una librería. Las luces cálidas del interior contrastaban con la luz fría e inexpresiva del pasillo y de la calle. Mi familia estaba dentro. Platicaban y reían. Eran el retrato perfecto de la felicidad. Me detuve ante el vidrio, como un niño que ve el inalcanzable juguete en una tienda de regalos.

¿Cuánto tiempo había pasado sin verlos? En ese momento, parada frente a la ventana me parecía que había estado fuera por años. Ellos no me extrañaban.

Jamás te necesitaron

Salieron de la tienda, y al verme, me saludaron como si nos hubiéramos separado por tan solo unos minutos. Yo tan solo abracé a mamá, con esa especie de pánico ansioso que consume a las personas que sospechan es la última vez que volverán a ver a alguien, ella me preguntaba que pasaba, pero el nudo en mi garganta atrapaba mis palabras.

Nos separamos, y sin volver la vista atrás continuaron su camino, se alejaron por la calle. Yo me quede en la banqueta, de la mano de la mujer de blanco. Los vimos alejarse, con sonrisas en la boca, y de alguna manera supe, que no les volvería a ver jamás.

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