19 diciembre 2009

Documento en blanco

Las luces estan apagadas, solo el frio brillo del monitor alumbra su rostro demacrado, con las làgrimas siguiendo el rumbo indicado por las prominentes ojeras, particularmente evidentes dada la palidez enfermiza que presenta desde ayer y la luz blanquecina. El flujo de ideas azota contra su cabeza, pero la barrita vertical pulsando insistentemente sobre el documento en blanco le devuelve cinicamente la mirada.
Con los codos sobre la mesa pasa sus dedos entre el cabello enmarañado y permanece asi, cabizbaja, un largo rato para regresar a contemplar el monitor.
Finalmente, tal vez minutos, tal ves horas despues, acerca las manos temblorosas al teclado, y las lìneas comienzan a fluir.

Nunca crei que habria un instante en el que oir tu voz no me llenara de alegrìa
Pero entonces respondiste al telèfono.
Y... no sabes cuanto doliò... sentir los matices de preocupaciòn y decepciòn manchando la voz mas bonita del mundo.

¿Sabes? A veces creo que mi vida no tiene sentido, de hecho casi todo el tiempo
pero cuando nada vale la pena... apareces siempre tu, y entonces existir vuelve a servir para algo.
Y se que es estupido
y suena cursi
pero quiero ser alguien por ti

Finalmente... sere una decepciòn para la mayorìa
es lo que se logra cuando uno se construye sobre mascaras y mentiras
a veces ni yo misma se realmente quien soy
pero contigo... soy yo, lo que sea que eso signifique, contigo estoy viva, y no actuando una vida (una mala actuaciòn , por cierto)
Damita, te quiero tanto... no quiero ser una decepciòn para ti.

Perdoname

Ahora eran las letras las que le observaban desde el monitor, solemnemente demandando ser recitadas en voz alta ante su destinatario.
Vuelve a apoyar la cabeza sobre sus manos.
"Patètico" se dice, levantàndose con desgano y apagando el monitor, dejando el cuarto completamente a oscuras.

18 noviembre 2009

Cuartos I

Ven, quiero que conozcas a alguien, abre la puerta. Esta es su habitación. Es difícil encontrar un centímetro libre en la pared, uno que no esté cubierto por imágenes de revistas, con fotos de animales, con dibujos o rayones. Hay también un sistema de hélices que giran al jalar el hilo de colores. Del techo cuelgan insectos de plástico, que se balancean lentamente por el viento que entra por la ventana entreabierta.

El sol se está poniendo, sus rayos entran casi horizontalmente, cubriendo todo con un melancólico tono naranja y sombras, que hacen que se vean las virutas de polvo bailar desanimadamente en el aire. Hay una cama, con un edredón descolorido de color verde militar, con animales de peluche y libros encima, las sábanas revueltas. La última persona que descanso allí estaba demasiado cansada como para levantar las cobijas.

Hay una mesita a un lado de la cama, con una lámpara de la que cuelgan algunos collares y hojas secas, todas de distintas plantas, un despertador sin baterías y una colección de aquellas cosas que suelen salir de los bolsillos, aun cuando uno jamás logre recordar cómo llegaron allí en primer lugar: Clips de colores, canicas, trocitos de espejo, uno que otro envoltorio, una foto doblada...

El cajón de la mesita está abierto. Si te asomas puedes sentir los recuerdos que descansan en las pequeñas cosas guardadas adentro… un arete de vidrio rosa en una cajita de vidrio, un carrito de juguete, un cabello envuelto en un papel… pulseras, apuntes, cartas… Del armario asoman la manga de una camisa negra y un zapato, suficiente para saber que el interior parece haber dado asilo a un tornado.

Cuidado con tropezarte, hay cajetillas de cigarro y botellas de coca-cola vacías dispersas sobre el suelo de madera, entre apuntes arrugados, algunos de física, con ecuaciones buscando algún sentido entre las líneas, números y esquemas, y otros el inicio de alguna novela que no verá nunca un final.

Si quieres puedes apagar la música, porque ya sé que estas cansado de la misma sencilla y triste melodía de piano que se repite una y otra vez en la lista de reproducción de la computadora que está sobre el escritorio, junto a una iguana en un frasco de formol, muerta o inmortalizada no lo sé, es probable que ambas. Un vaso lleno de plumas y flores secas sirve de apoyo a un portarretratos con el vidrio roto.

Tal vez ahora seas quien mas conoce a la figura que esta tirada en la otra esquina de este cuarto, encogida con la cabeza entre los brazos… No te recomiendo acercarte, la sangre en el suelo puede ensuciarte los zapatos.

Navajas

Él la mira a los ojos.

Ella le devuelve la mirada, sus ojos irritados, evidencian que ha estado llorando. Es una mujer bonita, de rasgos geométricamente armoniosos, pero una mueca distorsiona las delicadas facciones de su rostro mientras lo contempla silenciosamente, con una expresión indefinida entre la incomprensión y el disgusto escritos en sus labios.

Él la observa con rabia, siente como si una llamarada de fuego ascendiera por su pecho y luchara por salir. Siente tanta rabia que es doloroso, como si le carcomiera por dentro, impidiéndole respirar.
Ella permanece de pie, inmóvil, la luz del único foco encendido iluminando agresivamente su cuerpo desnudo. Se estremece, y el delgado vello que cubre sus brazos se eriza.

Él desliza la mirada por su cuerpo, repasando de manera dolorosamente lenta cada centímetro de piel, cada curva en su figura, cada uno de sus cabellos.

Ella se estremece, las lágrimas luchan por asomar de nuevo en sus ojos y frunce los labios, tallándose bruscamente con un brazo, enojada consigo misma por el impulso imperante de llorar.

El la odia, con cada idea, cada memoria, y cada sentimiento la odia, y el sentimiento le envuelve, dando vueltas alrededor de su cabeza hasta ser casi insoportable. Dirige el golpe hacia su cabeza, concentrando toda la energía de su cuerpo en su brazo.

El impacto hace que el espejo estalle en cientos de pequeñas navajas, que reflejan la luz en distintos ángulos recordando a una lluvia de estrellas, antes de tocar el suelo con un estruendo. Las gotas de sangre y las lágrimas caen para hacerles compañía

27 octubre 2009

Juegos

Existen juegos que desde el inicio, sean cuales sean los movimientos de las fichas, está determinado que ambos jugadores perderán. Y lo saben, cuando colocan el tablero, mirándose a los ojos, cuando sus dedos se tocan al acomodar las piezas. Y aun así, abren el juego sonriendo, porque saben que aun cuando cada jugada es irreversible, y el desenlace se escribirá con sangre o lágrimas, la única alternativa es no jugar.

Sueño de invierno

¿Dónde estoy?

Miré a mí alrededor. Un pasillo, con una curva constante a la derecha. El suelo y las paredes estaban construidas con placas de acero, tan brillantes que azuleaban, y parecía haber luz, en todos lados, blanca y brillante, como si todas las motas de polvo hubiesen encendido una linterna.

¿Qué hago aquí?

¿Dónde estoy?

Comencé a avanzar deprisa por el pasillo, algo estaba mal, no encajaba, tenía que encontrar algo ¿Qué era? El lugar era equivocado, no debía de estar allí, tenía que estar en otro lado, ¿Dónde?

Unos hombres vestidos con uniformes grises colocaban bloques del mismo acero brillante en el suelo, el golpe de sus martillos sobre el metal parecía fundirse con el silencio que lo envolvía todo, como si éste hubiera decidido que eran bienvenidos. Solo el sonido de mis pasos sobre el suelo estaba fuera de lugar, desgarrando al silencio casi dolorosamente. Los hombres no voltearon. Yo pase de largo.

Papa, Mama, Hermano

Eso era, tenía que estar con ellos, ¿Dónde estaban?

Tengo que salir de aquí

Continué caminando, no sé por cuanto tiempo, parecía haber pasado una eternidad aunque igual pudieron haber sido tan solo unos segundos. De pronto alguien caminaba a mi lado, una mujer, menos alta que yo. Vestía de blanco, con el cabello largo y suelto. La conocía, me ayudaría a buscar.

Llegamos juntas a una caseta, perfectamente armada y limpia, con el mismo brillo metálico que todo lo que había en el pasillo, también había algo fuera de lugar con ella. Una niña de unos diez años, con el cabello negro amarrado en infantiles coletas coloreaba un libro apoyada sobre un banco, dentro de la caseta. Iba vestida con un overol verde. Nos dijo “Ayúdenme a salvar este lugar, por favor”. Le respondimos algo, sin poner realmente atención

Entonces llego una señora gorda, con un mandil de rayas azules y una redecilla para el cabello. Nos habló de una señora que había visto en la entrada, cerca, solo unos metros continuando por el pasillo. La mujer de blanco volteó la cabeza hacia mí.

¿Podrá ser?

Pero ya sabía quién era, de alguna manera, tenia absoluta certeza.

Mama

Corrimos al final del pasillo. Terminaba en una calle, limpia, excepto por las hojas secas que permanecían estáticas en el suelo, perdiendo cada segundo la esperanza de que alguna ráfaga de viento se las llevara volando. Algunos carros estaban estacionados a ambos lados de la banqueta, impecablemente alineados, pero por lo demás estaba vacío. El cielo emitía ese extraño color gris que se obtiene cuando las nubes deciden bloquear por completo al sol. Justo al lado de la salida del pasillo había un escaparate. Una librería. Las luces cálidas del interior contrastaban con la luz fría e inexpresiva del pasillo y de la calle. Mi familia estaba dentro. Platicaban y reían. Eran el retrato perfecto de la felicidad. Me detuve ante el vidrio, como un niño que ve el inalcanzable juguete en una tienda de regalos.

¿Cuánto tiempo había pasado sin verlos? En ese momento, parada frente a la ventana me parecía que había estado fuera por años. Ellos no me extrañaban.

Jamás te necesitaron

Salieron de la tienda, y al verme, me saludaron como si nos hubiéramos separado por tan solo unos minutos. Yo tan solo abracé a mamá, con esa especie de pánico ansioso que consume a las personas que sospechan es la última vez que volverán a ver a alguien, ella me preguntaba que pasaba, pero el nudo en mi garganta atrapaba mis palabras.

Nos separamos, y sin volver la vista atrás continuaron su camino, se alejaron por la calle. Yo me quede en la banqueta, de la mano de la mujer de blanco. Los vimos alejarse, con sonrisas en la boca, y de alguna manera supe, que no les volvería a ver jamás.